jueves, 10 de octubre de 2013

Descubriendo a María Josefa IV: Primeras pruebas

Con el paso del tiempo han desaparecido las paupérrimas habitaciones en las que Mª. Josefa y MªAngustias se instalaron en Cimpozuelos. Es la que correspondía al número 5 de la calle de la Barrera (conocida hoy como la “Casa de los Colchones”), que hasta en esto se pueden enconttar elocuentes simbolismos. Barreras y obstáculos, difícultades y penurias sin cuento salpicaron cada minuto de la vida de aquellas dos mujeres, a partir de aquel momento en que salen de dar gracias al Señor por haber llegado a Ciempozuelos. Era una casucha mísera y destartalada, de labrador pobre. Era la casa de la señora Joaquina, buena cristiana, gran madrugadora, amiga de rezar mucho y puntual asistente a la misa del padre Menni; pero era una mujer poco afable, distaba mucho de ser cariñosa.
Pasábase desde la calle a un patio en que se veía el brocal del pozo, la boca de entrada a una especie de cueva, y a la izquierda, cerca del postigo de la calle, un zaguán que daba acceso a una sala con su ventana; seguía una alcoba, y sobre las dos, estaba el pajar. Una espacionsa cocina de ancho fuego, con su correspondiente campana, y los graneros; y, bajo un cobertizo, el corral, en donde había un establo.

Se trataba de unas condiciones de vida verdaderamente temibles. La señora Josaquina, su anfitriona, salió a recibirlas a la estación con el Padre, pero ahí, y con un colchoncillo de mala muerte que les prestó, acabaron sus finezas. Ni un cumplido, ni una palabra de ánimo. Alguna debilidad debía de conocer el padre Menni en la buena señora cuando, al despedirse de ellas aquella noche les dijo:
Punto en boca, no le digáis cómo ni a qué venis….
Pudo decirlo sin que ella lo advirtiese, porque era sorda. Pero sí, claro que sí las esperaba el padre Menni. Y aquello era todo lo que materialmente les ofrecía. Una durísima prueba más para empezar. Así que, aquella noche “ganosas – escribe sor Angustías- de llorar, más todavía que de descanso, se acostaron en los incómodos lechos…” 

Extractado de la obra “Luz en las sombras” de Miguel Angel Velasco

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