viernes, 18 de octubre de 2013

Conociendo a María Josefa X: Comienza la misión

             A los trabajos de cada día, crecientes, acabó por sumarse un trabajo extraoridnario, y extraordinariamente gozoso:la preparación de los diez hábitos que iban a vestir las primeras diez pioneras del Instituto. María Josefa, como confeccionadora y costurera, se las vio y se las deseó para poder preparar algo que se pareciese a un hábito religioso. Con los primeros hábitos, y mientras María Angustías, responsable de disciplina, se encargaba de dar doctrina espiritual a todas haciéndoles reflexionar en torno a las preguntas: ¿quién es el Señor que nos llama?, ¿a quién llama? Y ¿para qué nos llama?, llegó la primera enferma. 

El padre Menni se había ido a Granada por un largo período de tiempo y nada les había dicho de que iba a llegar la primera persona con enfermedad mental.Era el 1 de mayo de 1881, y se trataba de una religiosa, Sor Antonia Romira de la Cruz, novicia de las Oblatas, que no pudo profesar por hallarse en aquel estado. María Josefa fue la encargada de enfrentarse a la dura realidad y, con la decisión que le caracterizaba, sintiéndose plenamente responsable, supo traducir en acogida inmejorable todo el amor que llevaba dentro, y para el que durante tanto tiempo se había estado preparando. Pensaron que, como tantas veces el Padre les había dicho, los enfermos eran imágenes de Jesucristo; así que le lavaron los pies, y María Josefa fue la primera en besárselos. 
               La enferma estaba muy nerviosa, y muy pronto tuvieron que poner en práctica los consejos que el Padre les había dado sobre cómo ayudar a los enfermos en el momento de la crisis. Con la mayor delicadeza y ternura de que eran capaces, utilizaron la técnica que el Padre les había enseñado. Debían asistir y vigilar a la enferma día y noche. María Joséfa se reservo para sí misma lo más peligroso. A la hora de acostarse, relevó a la hermana que la cuidaba. Extendió un jergón junto a la cama de la enferma para pasar la noche junto a ella.
“Tenga cuidado, le dijo María Angustías; a lo que ella replicó: ¡Váyase tranquila y descanse, que no querrá Dios que me pase nada!”.
Extractado de la obra “Luz en las sombras” de Miguel Angel Velasco

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