lunes, 14 de octubre de 2013

Conociendo a María Josefa VI: Por el buen camino

De vuelta a Ciempozuelos, María Josefa y María Angustias se expresan:
No vaya a pensar, Padre, que estamos tristes. Todo lo contrario. Tenemos nuestra confianza puesta en nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús, y esperamos que Ella nos va a conceder lo que anhelamos.
A nosotras todos nos servía para alegrarnos porque Dios nos daba luz para conocer que todo era efecto del amor que hacia nosotras, tan miserables, tenía nuestro buen Jesús. De ahí que el corazón nos decía que pronto volveríamos a Ciempozuelos. Nosotras estábamos muy conformes con el beneplácito divino, porque ni el padre Benito, ni nadie en este mundo, es suficiente para mover el corazón humano a no seguir la voz divina.

Sor Angustias, a toro pasado ya hace mucho tiempo, nos dejará escrito que “sólo faltó que bajara el Señor de los cielos y cogiendo al padre Benito por los hombros, le sacudiera, le diese un buen meneo, y le dijese: “Hijo mío, fray Benito, estás resistiendo a mi voz que te dice des comienzo a la empresa que por mis juicios ocultos he confiado a tus cuidados. Suficientemente te lo he demostrado por conducto de estas dos hijas que mi Madre te ha presentado. ¡Ánimo, pues, y no dudes que ésta es mi voluntad y la de mi bendita Madre, la reina de mi corazón!. Más de medio año, durante el que compuso un horario y breve reglamento conventual, al que tenían que ajustar puntualmente su vida y su tiempo, tardará, sin embargo, todavía, el buen pastor, el padre Menni en tomar la decisión definitiva. Se levantaban, ya queda dicho, a las cuatro de la madrugada: tres cuartos de hora para el aseo y para levantar las camas. Oían Misa y comulgaban a diario y, después del desayuno frugalísimo, se ponían al trabajo extenuante y repulsivo, a las seis y media, y no lo dejaban hasta las once y cuarto, que hacían examen particular. Comían, de once y media a doce, y vuelta a la labor. A la una, hacían la visita al Santísimo, y a trabajar de nuevo hasta la hora de la cena, las siete y media, y a las nueve, rendidas, se retiraban a descansar hasta las cuatro de la mañana siguiente. Sin recreos, ni esparcimientos, ni diversiones, “sin entristecerse por los azares, por la escasez de haberes, ni por las estrechuras”.
Siempre, el Padre nos repetía la frase mágica: Jesús mío, de mí desconfío; en Vos confío y me abandono….
Extractado de la obra “Luz en las sombras” de Miguel Angel Velasco

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